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El gol en contra del Mundial

OPINIÓN Mario Mactas*
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Se verifica en la historia que señales y signos de un tiempo determinado influyeron con mayor fuerza que las guerras, las conquistas y las revoluciones. La nariz de Cleopatra, la reina egipcia de tronco griego, parece haber influido de varias maneras. Marco Aurelio se sintió hechizado por la armonía del rostro y -no sé, no sé- omitió poner la carne en el asador no en la guerra civil con Octavio.

Claro que las descripciones de la época referían a ella con una nariz aguileña, mentón fuerte y cuadrado, rulitos y muy baja, lo que los atrevidos llamarían un escracho, sin tener en cuenta que cualquier persona vale en conjunto, no las llamemos piezas por separado. Si le hubieran arrancado los conmovedores, preciosos ojos de Elizabeth Taylor y los hubieran puesto en una bandeja serían algo espantoso. Fue la encargada de encarnarla en la bizarra película de superproducción -una de romanos que Hollywood produjo unas cuentas veces– con la ropa corta de los hombres y las patas peludas.

Influyó en el desasosiego de Julio César un hecho que lo avergonzaba, con todo su poder: la epilepsia o, quizás, episodios cerebrales que lo obligaban a silencios angustiosos, tartamudeos y paranoia. Un dato, un rasgo. Napoleón sentía acidez digestiva que lo perturbaba enormemente sin dejar de echarse a bodega una cantidad de coñac (quedan restos de aquello, con su nombre y usados como licor de expedición en este tiempo).

Los ejemplos chicos que obraron asuntos grandes forman una lista inmensa. Desde la Antigüedad hasta la caída del muro en Berlín: unas pocas horas después de 30 años, la Unión Soviética se desparramó como en el juego de los palitos chinos. Ahora, y entre nosotros, es tan abundante en palabras, tics, miradas furiosas y contradicciones antológicas que puede hacerse una película de éxito poniendo todo eso junto. No influye la abundancia tanto como un hecho que de pronto pasa, y pasa a mucha velocidad, que pone en el aire de una sociedad y la comunicación entre quienes la forman un viento raro: algo pasa.

Me parece que uno de esos momentos con refresco de un aire viciado fue el Mundial de Qatar y el regreso al país. Quisieron las piezas de tal manera en la sucesión de los días que, mientras el gobierno preparó con mucha desprolijidad y confusión una recepción, la que la Scaloneta pasó de largo sin saludar a un poder roído y sin rumbo para que algunos pudieran levantar la copa y contener imágenes antológicas con Messi, Gloria in excelsis Deo.

Era importante: la selección, la hija maravillosa del pueblo, si es que se llama aún de ese modo o la palabra ha pasado al mercado del usado. Da igual. El esquinazo, irse inmediatamente a los lugares respectivos de los jugadores, no saludar, negarse a ser forreados por un grupo desteñido y en crisis para tomar alguna vitamina popular. Y fue importante porque se descontaba por tradición y empleo de las victorias deportivas que se esperaba a los de Qatar victoriosos, iban a pisar el balcón o algún escenario alternativo con una gran fiesta.

Solo que no había polenta en la reunión a cargo de la cosa pública una sensación extendida acerca de cierta acefalía careteada pero presentida y, con seguridad en ese instante, verificada con un temblor amargo. Fueron la nariz de Cleopatra, las convulsiones de César -era pelado y bizco; había un graffiti en las paredes de Roma: “Sos el hombre de todas las mujeres y la mujer de todos los hombres”-, el Muro de Berlín: los alemanes caminaron sin apuro ni miedo y se llevaban como recuerdo pedazos de hormigón.

Ahora retornan los partidos de los de Scaloni y el amor es unánime y también se votará como si anduvieran nuestros paisanos descalzos sobre brasas al rojo. A tal punto que se hace claro el desencanto y se extiende la tristeza.

Se le hace difícil a Sergio -pero en muy buena posición para la pelea con los números de terror en cifras y en personas- en un efecto hasta entonces desconocido: ser otro y el mismo, integrar el espacio gobernante pero a la vez otro en estado de preñez para ser alumbrado más adelante una criatura radiante.

Javier está ahí, al lado. Mucha popularidad en poquísimo lapso, una embestida contra el status quo de la política sin que surgiera el aroma de la anti política o la anti democracia, un valor que se está dispuesta en su mayoría a preservar sea buena, regular o poco feliz, pero una, definitivamente.

Sergio lanzó la campaña del miedo calcada punto por punto -puede hacerse la comparación- de la que llevó una vez más Lula al gobierno con protestas y terremotos posteriores que, no es improbable, los militares se mantuvieron en posición de firmes, una carta que Bolsonaro mostraba sin que ocurriera, para bien de todos.

Bolsonaro, retirado del ejército como capitán llevaba entonces veinte como político profesional y entrenado. Javier, no. Agrupó el descontento con explosiones, a menudo, desafortunadas y, en ocasiones, revelaciones y principios expuestos que dieron lugar a alguna clase de ingenuidad. Con esbozos de freak y outsider, no pudieron construir un psicótico porque no lo es: no está loco. Creció y se pescó con rapidez que un ciclo se debilitaba al regresar los once más Scaloni desde Doha, Qatar.

Dicen los susurros que se llegará a un final de bandera verde como decían los burreros veteranos en el hipódromo: por el hocico.

Con esa radiografía, convendría y acordar el cuidado de la paz social, hay mucha violencia en la Argentina.

Votar y reconocer luego.

¿Será así?

* Para www.infobae.com

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