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Rehenes recuperados, terroristas liberados: un desafío ético

OPINIÓN Fishel Szlajen*
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En el judaísmo la liberación de cautivos, “Pidión Shevuim”, es un precepto ya desde el Génesis 14:14-16, Levítico 19:16; Número 21:1-3 y Proverbios 24:11. Si bien el tratado talmúdico Babá Batrá 8 considera este precepto como prioritario, en Guitín 45 más su exegética jurídica, regla los límites del rescate no debiendo ser excesivos para evitar incentivar futuros secuestros, ni hacer concesiones que pongan en riesgo a la comunidad, con excepción, aunque también mesurada del inminente peligro de muerte para el cautivo. Y así lo codifica Maimónides en sus Leyes sobre Dádivas 8:10-16 y luego incorporado en el gran código legal Shulján Aruj, Ioré Deá 252:2-4. Similarmente, autoridades rabínicas contemporáneas como Moisés Feinstein, Shlomo Goren y Jaim HaLevi, enfatizan que, aunque la liberación de cautivos es crucial, las cesiones deben considerar el impacto en la seguridad colectiva.

Reconociendo así la complejidad de equilibrar la obligación de salvar vidas individuales con la responsabilidad de proteger a la comunidad y desalentar futuros secuestros, el judaísmo demanda una evaluación cuidadosa de las circunstancias e implicaciones.

Esto ha tenido sus efectos en Israel no sólo en el intercambio de prisioneros de guerra ya desde su independencia en 1948, sino ante actos de terrorismo contra civiles. Reflejando la política de Israel de no dejar atrás a sus soldados, vivos o muertos, siempre intercambió prisioneros con Egipto, Siria, Jordania y Líbano en la sucesivas guerras. Cabe destacar que en la ley judía tal como en el derecho, estos intercambios de prisioneros de guerra no se consideran extorsiones sino prácticas internacionalmente reconocidas.

Casos como los secuestros de Dawson’s Field por el FPLP (1970); la masacre de Múnich (1972) perpetrada por Septiembre Negro y la operación Entebbe (1976) son ejemplo de intervenciones donde no se han negociado el intercambio de civiles judíos por terroristas. Pero en su mayoría hubo negociaciones tal como en 1975 con Egipto quien devolvió 39 cuerpos de soldados israelíes a cambio de 92 prisioneros terroristas; en 1979 el intercambio del soldado israelí secuestrado por la OLP, Abraham Amram, por 76 terroristas prisioneros; la liberación de 4.765 terroristas en 1983 a cambio de seis soldados secuestrados por Al Fatah; 1.150 terroristas prisioneros liberados en 1985 a cambio de tres soldados israelíes secuestrados por el FPLP; la liberación de cientos de prisioneros terroristas palestinos durante el Proceso de Oslo en los ‘90, como un gesto de buena fe hacia la paz; 435 prisioneros palestinos liberados en 2004 a cambio de un empresario israelí y tres cuerpos de soldados secuestrados por Hezbollah; y en 2011 liberando Israel a 1.027 prisioneros palestinos, incluyendo terroristas condenados, a cambio del soldado israelí Gilad Shalit secuestrado por Hamás.

Estos casos vistos para el occidente como una victoria humanitaria, el terrorismo yihadista los percibió como una debilidad de Israel reforzando la percepción que los secuestros de civiles o soldados son una herramienta eficaz para negociar.

Sólo desde 1983 Israel liberó más de 8.000 terroristas prisioneros, observando siempre, luego de sus liberaciones, una alta tasa de reincidencia y aumento significativo del terrorismo costando la vida de civiles israelíes.

En este contexto, el reciente acuerdo entre el Estado de Israel y el grupo terrorista islámico Hamás, intercambiando decenas de rehenes civiles israelíes a cambio de un alto el fuego temporal y la excarcelación de cientos de terroristas palestinos condenados en un estado de derecho, sigue sin resolver el problema de fondo que es la pretendida destrucción del Estado de Israel por el yihadismo, financiado por Irán.

Nuevamente y desde hace décadas, la decisión de negociar por parte de Israel, a pesar de los riesgos inherentes, se basa en una premisa moral fundamental: el deber del Estado de proteger y traer a casa a sus ciudadanos, vivos o fallecidos. Esta postura también evidencia la fortaleza moral de una sociedad que coloca la vida y la dignidad de sus ciudadanos en el centro de su política.

Ahora bien, Michael Walzer considera que estos acuerdos de intercambio representan un dilema moral y estratégico. Por un lado, salvan vidas; por otro, refuerzan la dinámica de recompensa al terrorismo.

En este sentido, el acuerdo, aunque dirigido a mitigar la tensión inmediata, perpetúa una narrativa en la cual Hamás logra sus objetivos mediante crímenes atroces, demostrando como indica Efraim Inbar, que las concesiones a grupos terroristas tienden a fortalecer su posición y socavar la disuasión.

Esto es congruente con investigaciones realizadas por el International Institute for Counter-Terrorism y el Center for the Analysis of Terrorism, entre otros, quienes demuestran que las tasas de reincidencia de terroristas liberados son altas en contextos de conflictos activos, mientras que donde el conflicto ha finalizado oscilan del 1 al 10%. En el caso de las organizaciones terroristas yihadistas y el Estado de Israel, la tasa de reincidencia terrorista es del 60-65%.

Por otro lado, un escenario donde Israel rechaza negociar con Hamás y persiste en acciones militares sostenidas hasta desmantelar íntegramente al grupo terrorista, también acarrea costos humanitarios, políticos y éticos. La experiencia muestra que, aunque Israel hasta el 2005 logró mantener un control más estricto sobre Gaza y reducir los ataques terroristas durante ciertos períodos, también enfrentó un desgaste considerable en recursos y en legitimidad internacional, no eliminando la ideología de Hamás ni sus redes de apoyo.

Así, persistir exclusivamente en lo militar podría fortalecer además la narrativa de victimización promovida por Hamás, aumentando su legitimidad y conduciendo a una mayor radicalización perpetuando el conflicto en lugar de resolverlo.

Por ello, la prioridad de salvar vidas inocentes es incuestionable, pero también debe considerarse el impacto a largo plazo en la seguridad nacional y la moral de una sociedad que enfrenta el constante terrorismo. La estrategia de los cinco frentes de Daniel Byman, sostiene que los acuerdos de intercambio se justifican sólo si forman parte de una operación más amplia para desmantelar o minimizar las estructuras terroristas evitando que sean herramientas eficaces. Luego, no sólo debe impedirse que los intercambios en conflictos activos refuercen las organizaciones terroristas, sino también implementar medidas para eliminar su liderazgo desestabilizando al grupo, disminuir su capacidad operativa e inducir fracasos en el accionar de sus células, deslegitimarlas ideológicamente perdiendo apoyo popular colapsándolas, integrarlas políticamente bajo un estado de derecho deviniendo en una entidad sociopolítica legítima, o absorberlas por algún actor legítimo y más fuerte haciéndoles perder relevancia. Es decir, desarrollar estrategias combatiendo militarmente pero también desarmando sus fundamentos ideológicos, económicos y sociales.

Implementadas las primeras de aquellas medidas, Israel podría focalizar ahora en:

1.- Fortalecer la disuasión incrementando las capacidades de inteligencia y seguridad para prevenir futuros secuestros, mostrando a Hamás y otros grupos terroristas que estas tácticas no son efectivas.

2.- Reforzar alianzas internacionales condenando y sancionando el terrorismo como herramienta política, impidiendo que Hamás gobierne en Gaza y asegurando que deje de ser una amenaza.

3.- Implementar Programas de vigilancia, rehabilitación y reintegración monitoreando los terroristas liberados y estableciendo mecanismos para evitar reincidencias.

4.- Desarrollar económica y socialmente Gaza con asistencia internacional, ofreciendo alternativas viables a su población, reduciendo la influencia de Hamás mediante la mejora de sus condiciones de vida y oportunidades.

Promover Contra-narrativas políticas y religiosas invirtiendo en campañas informativas que desacrediten la ideología de Hamás entre la población palestina, mostrando los costos humanos y sociales del conflicto perpetuo como estrategia. Promover además una interpretación autoritativa islámica contra el yihadismo, deslegitimando el uso del terrorismo como instrumento religioso no sólo contra Israel sino contra el Occidente.

* Para www.infobae.com

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